Reflexiones sobre prevención de violencia de género con jóvenes

viernes, 11 de noviembre de 2011

Quienes nos dedicamos a realizar intervención social para promover relaciones de género equitativas entre varones y mujeres, nos encontramos con que ejecutar proyectos y programas con jóvenes de ambos sexos resulta un tópico recurrente en nuestra labor. Es por ello que he querido plasmar mis inquietudes y reflexiones acerca de las dificultades y retos que ello nos genera.

En primer lugar, es importante destacar que material en castellano para trabajar con jóvenes varones es aún escaso, pero que aumenta cada día. Hace cierto tiempo había muy poco, casi nada (recuerdo cuando, a fines de los 90, el único principal encontrable en Internet eran programas estadounidenses y europeos, tales como lo que aparecía en Europrofem, todos en inglés), pero la labor de iniciativas de diversas ONGs e iniciativas públicas españolas, latinoamericanas y chilenas ha transformado este escenario. Mucho de este material está orientado a ser ejecutado en el ámbito escolar, lo cual posee diversas consecuencias.

La primera de ella (y tal vez la más importante) es que bastante material (parece que) está planificado para ser usado por profesores/as. Ello implica una lógica (socio)educativa, lo cual frecuentemente conlleva invisibilizar las dinámicas políticas y económicas que subyacen a la violencia de género.

Por otro lado, los y las docentes son agentes legitimados dentro de los establecimientos educacionales, lo cual es muy bueno para ellos y ellas, pero para quienes solemos partir desde fuera, tenemos un gran obstáculo. Hoy en Chile mucha de la intervención comunitaria con niños, niñas y adolescentes se suele realizar por profesionales (psicólogos/as, trabajadoras/es sociales, etc.) contratados/as por ONGs y agencias públicas que acuden a la escuela por un período de tiempo limitado, muchas veces actuando con posterioridad a que otro equipo profesional ya ha pasado por el mismo establecimiento, “prometiendo el oro y el moro”, pero consiguiendo limitados resultados, con el consecuente cansancio por parte de los niños, niñas y docentes. Es esta desazón que uno debe enfrentar, antes de siquiera pensar en (por dar un ejemplo) visibilizar los estereotipos de género en las relaciones de pareja.

Por otro lado, bastante material está aún pensado para ser usado con mujeres y varones por separado. Si bien puede resultar muy entendible desde una perspectiva “de la diferencia” (en el entendido de que las mujeres requieren procesos de concientización diferentes de las de los varones, en tanto deben construir espacios propios de reflexión, lejanos a la violencia normalizadora), ello resulta muchas veces impracticable, en tanto la coeducación es la norma en nuestros países, y segregar a varones y mujeres durante la realización de diversas actividades resulta casi imposible. Debemos, por lo tanto, construir dispositivos de intervención adecuados a la realidad más frecuente, en vez de la que consideramos que sea la mejor. Ello no significa, sin embargo, que durante las actividades no resulte necesario construir grupos sólo de varones y mujeres, pero usarlo como norma puede resultar cuestionable.

Otro reto clave que podemos notar es que, al encontrarse varones y mujeres presentes en el mismo espacio, resulta claramente difícil llevar a cabo actividades que desnaturalicen la violencia de género sin que los varones se sientan atacados y establezcan defensas “en bloque”. Más allá de lo justo que resulte mostrar que los varones son típicamente los agresores de sus compañeras mujeres, ello no resulta tan conveniente en términos estratégicos –al menos, no del modo exactamente en que se suele presentar en ciertos materiales. Aumentar las resistencias tradicionales que poseen los varones hacia reconocer que poseen mayores privilegios por sobre las mujeres (y toda la conveniencia que eso conlleva) no sirve para el objetivo final: que tanto hombres como mujeres se movilicen por cambiar esta realidad injusta.

Tal vez esto pueda sonar condescendiente para con los varones, o falta de fuerza para enfrentar la violencia que el patriarcado conlleva. Mi perspectiva está muy lejos de ello. Por el contrario, lo que sugiero es que debemos adaptar nuestras estrategias a la realidad que vivimos, y ella nos suele mostrar que las mujeres poseen mayor facilidad para tomar consciencia de lo que se pierde con el orden hegemónico de género, mientras que a los varones –en general– este proceso resulta más difícil. Desde mi punto de vista, resulta necesario que ambos avancen en el mismo grado en el cuestionamiento del patriarcado, toda vez que sólo se le transformará si tanto varones como mujeres actúan: la acción de un solo género no basta.

Otro desafío resulta ser equilibrar lo experiencial, lo emocional, fundamental para la toma de consciencia, que implica un proceso más consumidor de tiempo durante las sesiones (como en el caso de ciertos juegos y dinámicas), con lo racional, “los contenidos” (v.gr. conceptos como patriarcado, género, las formas de la violencia en la pareja, etc.) que pueden tratarse en una sesión, más rápido, pero que no poseen la riqueza de la transformación personal, profunda. La respuesta obvia a esta cuestión es el equilibrio. Lo señalo, simplemente, porque en la práctica realizar esto no resulta tan simple.

Finalmente, al menos por una cuestión personal, considero que el hecho de que varones nos estemos implicando progresivamente en intervención en género resulta una experiencia interesantísima. Mostrar que la lucha contra el patriarcado no es sólo “cuestión de mujeres”, sino que de todas y todos, potenciará el trabajo en este sentido. La Red Entrelazando constituye una bella muestra de cómo mujeres y varones luchamos juntos por un objetivo.

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